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DE DOS MALES, EL MENOR

He oído decir que las águilas cuidan a sus hijos, llevándoles el alimento a la boca, mientras éstos no pueden volar, pero que una que vez hayan emplumado, los arrojan desde lo alto del picacho donde tienen el nido para que, al caer, los pichones se vean obligados a practicar el vuelo. Desde entonces tienen ellos mismos que procurarse la comida.
Parece que Dios hace algo semejante con su pueblo, pues mientras los israelitas peregrinaban en el desierto, nunca dejó de caer el maná durante los seis días de trabajo, pero desde que llegaron a Gilgal y comenzaron a sembrar y a comer de los frutos de la tierra, el maná cesó de caer.

«Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio.» 1Cor.9:14.

En distintas ocasiones Dios ha prometido proveer en sus necesidades a los que esperan en El fielmente. Esa promesa es verdadera y en nuestra iglesia se cumple todavía, pero al igual que en el antiguo Israel algunos despreciaban la bendición de «un pan tan liviano», hoy hay quienes no están conformes con la cantidad o la calidad de las provisiones recibidas por fe, y pretenden aumentarlas a su manera en una u otra forma habilidosa, haciendo que el Señor retraiga su mano.
Puede ser que alguno se diga: «Me procuro el sustento por otros medios porque el Señor ya no me lo da por fe», y tal vez el Señor le dijera: «Si ya no te proveo es porque te ha faltado la fe a medida que te han crecido las «plumas» de la picardía para buscarte el sustento», y de esta manera quedan privados de los beneficios del evangelio los que no tienen paciencia para esperar el cumplimiento de las promesas de Dios.
Algunos hermanos misioneros no han podido ser acreditados ante el Estado como Ministros Religiosos, y por tanto han tenido que integrarse a un centro de trabajo estatal en cumplimiento a las leyes de este país (Cuba). Estos hermanos no pueden atender debidamente sus funciones espirituales, y están recibiendo un salario a cambio de las labores que realizan, pero nada de esto es reprochable mientras lo hagan por obediencia y sin ambición.
Otros misioneros tenemos la ventaja de estar dentro de las exigencias de las leyes laborales amparados por un documento que nos acredita como estudiantes, o como Ministros Religiosos; o también debido a alguna incapacidad física, o edad avanzada. Los que gozamos de ese privilegio debemos estar agradecidos de Dios y mostrar esa gratitud atendiendo bien todas nuestras tareas en la iglesia, en una limpia vida por fe.
Si alguno de nosotros cediera a la tentación de las ganancias que produce el contrabando, y se pusiera a criar, sembrar, fabricar etc., para vender el producto de su trabajo a sobreprecio, ¿sería digno de llamarse siervo de Dios? ¿Y qué si alguno se pusiera a comprar y vender al margen de la ley? Los que así obraren atraerían la maldición de Dios, la sanción de los jueces y el descrédito ante toda persona honrada que conociera de sus negocios ilícitos.
Dicen las Escrituras:

«Mejor es un bocado seco, y en paz, que la casa de contienda llena de provisiones.» Prov.17:1 (R-V 1960).
«Así que, teniendo sustento y con qué cubrirnos, seamos contentos con esto.» 1Tim.6:8.

Yo prefiero ser mantenido con pan escaso, pero con bendiciones, que gozar de abundancia en todo, pero sin la aprobación de Dios; pero si algún misionero de nuestra iglesia no está de acuerdo con esas palabras autorizadas, debe entonces solicitar un empleo al Ministerio del Trabajo para vivir de él honradamente, antes que hacer otras cosas que pongan en peligro su libertad personal y además la seguridad y prestigio de toda la iglesia.
Si por fuerza hay que aceptar uno DE DOS MALES, EL MENOR es preferible.

Spmay. B. Luis, P. Baracoa, 1974